“Las mujeres trans son mujeres” es más que una consigna: es una exigencia de docilidad. Es, también, una retórica vacía que nos ha alejado de la verdad y nos ha adentrado en la tierra de la fantasía.
Con un espíritu de arrogación de un derecho más que de empatía, el transactivismo exige acceso a condiciones, becas y subvenciones otrora reservadas a las mujeres en los deportes y en la política. Sometidas al método del premio y el castigo que apela a su bondad al tiempo que denuncia a quienes no se doblegan llamándolas intolerantes, las mujeres se ven presionadas a aceptar a las mujeres trans, como yo, no como aliadas, sino como mujeres propiamente dichas. Las objeciones sustentadas en la biología son tachadas de falsa crueldad en un mundo donde los sentimientos tienen prioridad sobre los hechos.